Bangkok, Ciudad de Ángeles, Venecia del Este, la ciudad de la joya eterna, la ciudad impenetrable del dios Indra, la magnífica capital del mundo dotada con 9 gemas preciosas, cientos de calificativos para esta mega urbe asiática cuyo nombre en thai se encuentra en el libro Guinness de los records por ocupar la cara entera de una hoja tamaño DIN A4, siendo por ello la ciudad con el nombre más largo del mundo. No es broma, el que quiera que lo compruebe… Bangkok, cielo e infierno…
Al visitar ciudades es inevitable, y sobre todo si es la primera vez, realizar comparaciones, aunque sea de forma imperceptible, casi inconsciente. La primera vez que vine a Bangkok lo hice desde la India. Tras 5 meses en una jungla de polvo, basura, pobreza, caos y mil calamidades entre indios y nepalíes, al pisar al aeropuerto Suvarnabhumi me entró tal síndrome de Papa que casi caigo de rodillas a besar el suelo, y por fin entendí aquello de poder comer sopas en ellos. La dama veneciana me pareció en aquel momento el mayor oasis natural habido en mil años luz a la redonda. Así hasta el punto que llegamos a permanecer en la urbe más de 15 días, pasando el tiempo subiendo por el cielo en Skytrain, surcando canales (aquí llamados Khlong) cual gondolieris por las arterias de la ciudad, tomando helados de colorines y cafés frappeados en centros comerciales mega recauchutados.
En posteriores visitas a Bangkok las cosas pueden cambiar bastante. Uno puede comenzar a ver cosas en las inicialmente no había reparado. Y eso que en nuestro caso hemos seguido un poco el proceso inverso. Normalmente la gente llega, más bien huye de Bangkok las primeras veces, como ese paso obligado y molesto por el país para llegar y salir hacia otros destinos más amigables. Aunque la ciudad con el tiempo va mostrando sus matices y bajo ese manto de calor sofocante, ruidos y caos generalizado, también asoman atisbos de una realidad mágica, que solo se da en esta parte del mundo. En pocos lugares como en Asia se muestran con crudeza al viajero las miserias y los contrastes humanos con tanta crudeza. Bangkok, como Delhi, Bombay, Jakarta o Manila conjugan igualmente esa mezcla de cielo e infierno en el mismo escenario, la pobreza más absoluta y abyecta conviven al lado del lujo más opulento y desvergonzado.
Bangkok es Asia en estado puro. Un edificio lujoso y al lado 4 casas caídas a cachos con cables en punta colgando dispuestos a darte un pepino de 220V como te descuides. Un metro futurista con aire acondicionado y estaciones de mármol, a la vez que trenes cafetera con cucarachas que avanzan a 20 por hora, o pickups a reventar que llevan empaquetadas personas como latas de berberechos. Mientras, a todo esto, y en el medio del jaleo, resulta que también hay personas. Los tailandeses. Estos seres extraños que parece que están sin estar, o viceversa, que a veces parecen ciborgs autistas que levitan en un submundo impenetrable gobernado por motocicletas, smartphones, juegos de guerra, cafés helados sorbidos en pajita y tabletas última generación.
Pero conocerla es comprenderla y también quererla aún más. BKK no sería ella misma si todo fuera lujo y vanguardia, si las impresiones primeras fueran las únicas que cuentan y no existieran las cloacas, los callejones oscuros y los distritos rojos que también la definen. Por suerte o por desgracia Bangkok poco tiene que ver con su vecina y feroz competidora Singapur, eje del mal del Sudeste Asiático caída en desgracia irremediable y vendida a las garras del capitalismo occidental más salvaje, sin una mota de polvo, sin arrugas, sin michelines, llena de normas y castigos que en la ciudad de los ángeles causarían mofa a sus ensordecidos habitantes.
Bangkok late y rezuma Asia por todos sus costados, quiere y puede, pero también tropieza y cae. Esta ciudad que nunca quiso ser de mayor como NYC ni de joven viajar a LA para escapar un día y ser otra ciudad, tal y como si hizo su vecina Singapur, pintada, maquillada y que cada día luce lentejuelas y caros trajes de noche. Bangkok quiso ser ella misma, no por nada, sino porque era lo único que podía, lo que tocaba, lo que sentía o simplemente lo que sabía hacer.
Bangkok es hija de Asia y Asia no se entiende sin Bangkok. Caminan juntas y separadas a la vez. Son ángeles y demonios, cielo e infierno. Como nosotros mismos. Como la vida misma.
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