La historia de los rohingya contada por encima podría parecer una broma de mal gusto. Pero no lo es ya que es tan real como la vida misma.

Los rohingya son una etnia minoritaria de Myanmar, la antigua Birmania. Una de tantas otras podría pensarse, pero no. Resulta que en este conglomerado de culturas, cruces de caminos e historia que es hoy Myanmar, con su pomposo nuevo nombre (La República de la Unión de Myanmar, así como suena), existen unas 120 etnias minoritarias reconocidas por el estado. Imaginemos lo que esto significa en cuanto a diversidad en un país de apenas 60 millones de habitantes. Extrapolado a España podría verse como si cada comarca de cada provincia (pongamos que de media existen dos o tres comarcas en cada una de las 50 provincias españolas) constituyera una etnia de población independiente en sí misma, con su cultura, costumbres y en muchos casos idiomas y alfabetos diferentes. ¿Cómo se articula y vertebra un país de esta forma? Casi que parece imposible ¿no? Pues efectivamente, así es.

Durante siglos Birmania ha batallado, y nunca mejor dicho, por emerger como un país con identidad propia. Por allí pasaron indios, chinos, thais, malayos, jemeres y británicos en la historia más reciente. Con miles kilómetros de frontera con India, China, Laos y Tailandia, otros miles de costa con el Golfo de Bengala y el Océano Índico. Fértiles llanuras, ríos enormes como el Salween o el Irrawaddy, elevadas montañas en los confines del Himalaya, playas paradisiacas en el Índico, no es difícil imaginarse el difícil conglomerado de culturas e intereses que conforma esta especie de país siempre en proceso de construcción-destrucción-reconstrucción.

¿Y qué pintan los rohingyas en todo esto? Pues bien, es la única de las más de 120 etnias que el gobierno de Myanmar no reconoce como tal. ¿Por qué? Su principal argumento es que son refugiados huidos de Bangladesh y no birmanos y que su implantación en el estado de Arakan (la franja costera del oeste birmano que mira directamente al golfo de Bengala) es muy reciente. Por su parte ellos, los rohingya dicen que han vivido en estas tierras por siglos y que son descendientes directos de aquellos primeros pobladores del Golfo de Bengala.

La razón principal que subyace bajo todo esto es la naturaleza de los rohingya, de religión musulmana en un país predominantemente budista, y el miedo que tiene esta religión de que se le cuele un flanco islámico por el oeste en una sociedad con cada vez menores tasas de natalidad y una creciente occidentalización de la vida diaria con la apertura del régimen militar. También dicen las malas lenguas de viejos rencores hacia esta etnia cuando recibieron el trato de favor de los británicos en su proceso de colonización de la antigua Birmania. Parece ser que los hijos del imperio ya conocían los rituales musulmanes y sus costumbres de su experiencia con la India británica y que más valía lo malo conocido que ponerse a desentrañar una lengua y cultura completamente nueva para ellos cuando llegaron a las fértiles llanuras birmanas.

El caso es que se nos hace sumamente extraño para personas como nosotros que hemos vivido en una sociedad budista durante años, con sus inquebrantables principios de no violencia, convivencia y respeto por todo bicho viviente, comprender como esta situación puede haber desembocado en esta crisis que dura ya casi 4 años (aunque los medios le hayan dado publicidad en este 2015 con los barcos a la deriva por el Indico llegando a las costas de Malasia, Tailandia e Indonesia) y que lejos de solucionarse no hace más que empeorar creando nuevas luchas, enfrentamientos y rencores que tardaran generaciones en recomponerse.